Pesado hasta la lucidez es aquello que amamos.
Como barcos en brazos y horizontes sin pulir.
Como Cristos.
Nos coagula ansiedades en la frente;
y bramamos bufidos de bruma
cuando encontramos lo que nunca quisimos mirar
pero siempre quisimos ver.
Las manos bisagras olfatean cada duda que chorrea por los muros
y los ojos ruedan en el cemento para espiar miserias por los barrotes.
Y ya nada hay por delante.
Nos descubrimos elípticos de un centro que duele y adormece.
Pesado hasta la locura es aquello que amamos.
Mejor entonces esconderlo para cuando estemos listos.
O no.
Vamos así amando lo que podemos ser;
nos pasamos la vida escondiendo aquello que nunca fuimos.
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