Tengo la impresión de cargar sobre mi espalda
la orfandad
de la resignada bestia nacida para escuchar.
El urbano estigma y sus sirenas fatales
seducen a mis últimos Ulises,
al chasquidos de los huesitos tibios,
al bombeo prepotente del hipotálamo,
para que cada palabra desnuda
me horade el alma
cada día
un poco más;
pero con voces colmadas
y cruces penando a medio camino
entre mis tímpanos
y un hipotético estómago.
Navego apretando los dientes,
para convencerme,
que de vez en cuando
alguien me escucha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario