Desde su ventana, Julio observaba al niño que se sentaba cada tarde en la hamaca de la plaza y hablaba solo. Cierto día, Julio ocupó la otra hamaca. El niño llegó, se sentó y comenzó a murmurar. Julio esperó un rato.
-¿Cómo te llamás? –le preguntó.
Aseguran que el niño jamás volvió a la hamaca.
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