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lunes, 31 de enero de 2011

Opinión: Soy, pero no

Aún llevo la imagen a cuestas, cuando, en la edad más cruel y despiadada (entre los 6 y 12 años), íbamos en banda a cazar pájaros cada uno con su gomera. No teníamos intención de nada y hasta nos parecía natural que un chico de nuestra edad se dedicara a eso, lo único que queríamos probrar ante nuestros amigos, era la puntería que teníamos.
No puedo arrepentirme del hecho que estoy narrando, y menos a los 47 años, lo comento porque al empezar a escribir la nota se me vino la imagen a la cabeza y seguramente algo me dirá. De más está decir que a mis hijos les prohibí lo que en mi niñez yo hacía. Y aquí está el punto.
¿Cómo hacer para que nuestra vida sea impoluta, aún de niño, para tener la suficiente autoridad moral que se requiere para criar a un niño? Muchas veces me sorpprendo diciendo que no a alguno de mis hijos por algo que yo hice en su momento y nadie me lo negó.
Entiendo que no hay manuales bajados del cielo que nos indiquen como ser buenos padres, pero lo que seguro es que no podemos predicar con el ejemplo.
La experiencia de lo vivido, nos sirve únicamente para saber qué es lo que está bien y que es lo que está mal para aplicarlo a nuestros hijos, pero nunca desde el punto de vista moral, porque fallaríamos en el primer intento.
Yo atribuyo a esta incoherencia la culpa de la duplicidad del ser humano o, lo que es lo mismo, su ambigüedad. Ya estamos llegando. La ambigüedad nos define de las otras especies al igual que la risa, y vivir sin la duplicidad objeto-sujeto sería como mínimo una locura. El hombre de por sí es objeto y también es sujeto; puede un hombre moverse como máquina o robot en el trajín cotidiano, pero también cuando ve a una mujer hermosa, su sujeto lo impele a decirle un piropo o invitarla a salir. Ambas denominaciones son inseparables, y volviendo a tema de la caza de pájaros, en la niñez es cuando estamos empezando a forjar estos dos elementos que nos definen, por tanto cazamos pajaritos de manera objetiva (verificando el tamaño de la piedra, calculando la fuerza que deberemos hacer, apuntando, etc.), y la parte subjetiva del niño aparece en la soledad de su cuarto, media hora después, o aparece en la adolescencia, o en la madurez, o por qué no, en la ancianidad, pero lo seguro es que aparece para pasarnos factura de nuestros errores y sobretodo de nuestras incongruencias en le educación de nuestros hijos.
Por ello, es decir, por tener la ambigüedad cargada continuamente sobre nuestras espaldas, es que hacemos algo que sabemos que está mal, pero no queremos que lo hagan nuestros hijos (el par objeto-sujeto).
En la madurez de mi vida me estoy dando cuenta que en más de una oprtunidad les he mentido a mis hijos para que no hagan aquello que yo ya hice y que sé que está mal. Lamento que suceda esto, pero la formación del ser humano pasa también por la experiencia y, a veces, ésta no es muy grata para tomar decisiones morales.

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