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miércoles, 26 de enero de 2011

Tengo mis razones para creer que el hombres jamás pisó la luna. "Un paso pequeño para el hombre y uno inmenso para la humanidad" me huele a verso.
La luna es irreversible, inhóspita e indómita como siempre. Con un simple vistazo nos damos cuenta que el hiombre no la ha contaminado, pues no hay shopings, ni casa de masajes, ni tiendas outless, ni regatton... Gracias a Dios no tenemos, aún, contacto directo con la luna; sigue siendo para nosotros un enigma romántico que se oscurece y brilla a su antojo; una banderita (si es que la hay) no cambia para nada la faz lunar. Quiero creer que la cara de la luna todavía no ha sido horallada por el pie del hombre, porque no hay tierra en sus zapatos; porque tengo la fortuna de saber que la luna es tierra de poetas y no de astrólogos; porque su luz sigue siendo brillante y natural, y no de neón o de alumbrado público; porque sigo creyendo que cuando se habla de la luna, se está hablando de poesía, de fantasía y misterio; porque la luna no es sólo el satélite que gira alrededor de la tierra, sino es un dios que nos protege durante la noche e ilumina el sendero de los caminantes nocturnos; porque pálida y andrógina, otorga sin pedir e inspira sin pretensiones; porque es la cara de la esposa de dios; porque está sola y tiene frío. Por todo esto y mucho más, sé que la luna fue, es y será un milagro cotidiano que aparece cuando las sombras son demasiadas y los motivos perpetuos.

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